Por Macarena Richmond
El sonido de un flash fotográfico. Imagen de una vedette siendo fotografiada. Cambia la imagen y aparecen el escenario, las cortinas rojas y el público, casi en su totalidad masculino. Comienza a sonar la música de una orquesta. Sonidos que rememoran un burdel, música alegre y cadenciosa. Aparecen las animaciones de unas vedettes moviendo sus sinuosos cuerpos, ataviadas de plumas y corpiños brillantes. Son las reinas del lugar. Luego, una por una se irá retirando del escenario. Los aplausos no se hacen esperar y comienzan a caer las plumas. Plumas rosa que permanecen cuando todo en la pantalla se desvanece y queda sólo el marco del escenario. Plumas que van cayendo como mecidas por el aire y que al desaparecer darán lugar para entrar al cabaret.
“Qué lindo, si es igual a ese tiempo. Yo cuando entré al Bim Bam Bum tuve que audicionar junto a dos amigas con las que nos vinimos de Temuco. No sabíamos nada, pero le pusimos empeño. Había muchísimas mujeres y tuvimos la suerte de ser seleccionadas”, comenta Marta Erice, tras ver la introducción de la página web oficial de Proyecto Cabaret, que es una investigación basada en las fotografías que el chileno David Rodríguez tomó trabajando en el Bim Bam Bum.
El proyecto, ganador de un Fondart, se enmarca en las iniciativas que se están desarrollando para conmemorar el Bicentenario y pretende aproximarnos a la bohemia y glamour vividos durante las décadas de los 50’ y 60’ en torno a la actividad revisteril. La idea parte cuando la antropóloga, Cristina Guerra, encontró 5000 negativos fotográficos en que aparecían vedettes, músicos y personajes que formaron parte de esas agitadas noches. Decidió restaurarlas y darlas a conocer mediante la página web www.proyectocabaret.cl.
Cristina encontró estas cajas repletas de negativos fotográficos abandonadas en el desván de la casa de su abuela. Marta no tiene un desván en su casa, pero atesora los recuerdos de eso años en un baúl que guarda dentro de un ropero. Marta decidió abrir su baúl y volver, por un ratito, a sus años de vedette.
De Temuco al Bim Bam Bum
Marta empezó en el Bim Bam Bum en el año 58, cuando tenía 18 años. Era la más chica, el resto de las vedettes rondaban los 24 ó 25 años, y más. Ella las encontraba viejas. El resto la encontraba chica. De edad y de porte. Marta medía 1, 58 m. Los avisos que aparecían en el diario, buscando chicas para el Bim Bam Bum, pedían como requisito medir 1, 70 m. Pero a Marta no le importó. Ella sabía que lo suyo era el baile y la cosa coquetona. Así que convenciendo a dos amigas suyas, se vino desde Temuco a buscar suerte.
A su familia le dijo que viajaba a Santiago para ser bailarina o artista. La escucharon y la dejaron ir. No había tiempo para discutir, pues las labores del campo apremiaban. Ella lo sabía, así es que no les quitó más tiempo y emprendió el viaje con sus amigas. Sabía que lo lograría. Y tenía razón, fueron aceptadas las tres. Empezarían como coristas de tercera línea.
Ensayaban todos los días, de tres a cuatro horas. El coreógrafo era exigente y antipático con las que no demostraban interés. Marta era dedicada y realizaba todos los ejercicios que le daban. Sabía que en el escenario la seguirían muchos ojos, incluyendo los del dueño, el uruguayo Buddy Day, quien no tendría reparos en descontarle del sueldo si se equivocaba y estropeaba la coreografía. De seguir esas descoordinaciones y distracciones, el sobre azul no tardaría en aparecer. Había que concentrarse. Era una artista y se debía a su público.
El esfuerzo y dedicación le hicieron pasar a la primera fila del coro, faltaba sólo un poco y podría brillar como primera vedette. Por mientras, seguiría perfeccionándose y bailando lo mejor y más femeninamente que podía. Era encantadora, lo sabía pues los admiradores le sobraban. A la salida del espectáculo se llenaba de hombres que esperaban dar la mano y felicitar a las estrellas del Teatro Ópera, lugar donde se presentaba la revista del Bim Bam Bum. Entre esos hombres muchos esperaban a Marta, le regalaban flores, le mandaban bombones y le enviaban invitaciones, sobre todo de los típicos peladitos de la primera fila, los que tenían más dinero.
También le tocó recibir cartas de reos que le declaraban admiración y le pedían una foto. Ella les contestaba. Si podía darles una pequeña felicidad por qué se iba a negar. Aparte que eran respetuosos, no frescos y morbosos como ahora. Pero los peladitos y los presos sólo se tendrían que conformar con un saludo, las cartas y las fotos porque Marta pololeaba con un jugador “muy, muy famoso”, en esos años, de la UC, “prefiero no dar nombres porque ahora está casado con una española ‘muy, muy conocida”, señala Marta con aires de importancia.
Vuelan las plumas
Era a comienzos del 62’ cuando a Chile llegó, desde Argentina, un coreógrafo que andaba en la búsqueda de niñas para conformar una revista que se presentaíra en distintos países a modo de gira. Marta ya cumpliría cuatro años trabajando en el Bim Bam Bum y aún seguía en primera fila como corista. Sentía que no avanzaría, así es que decidió probar suerte y audicionó para conformar la revista de este coreógrafo argentino.
Le fue bien y viajó, junto a ocho chicas más, a Perú. Pasó un tiempo y Marta logró ser primera vedette. Las envidias no tardaron en llegar y con ello los codazos, empujones y plumas rotas antes de salir al escenario. Había quienes no la querían presentar, pero el encanto y dedicación de Marta hicieron que el dueño del teatro pusiera los puntos sobre las íes: “todos son necesarios, pero nadie indispensable, así es que si a alguien no le gusta se puede ir”.
En este tiempo Marta conoció a un “muy, muy, famoso” boxeador argentino, campeón mundial de peso pluma. Se llamaba Pascual Pérez y sería uno de sus más fieles admiradores, mandándole postales desde las distintas partes a las que le tocaba viajar. - “Esta de aquí me la mandó desde Tailandia”- me cuenta Marta- ¿Y sigue hablando con él o lo ha vuelto a ver?- No, ya no. Mejor que no me vea, que siempre se acuerde de mi bonita y sin arrugas- comenta soltando una carcajada.
Desde su estadía en Perú vendrían giras por distintos países como Ecuador, Brasil y Centroamérica para terminar quedándose en México. Aquí estuvo por seis años en un night club, hasta que el encargado de administrar la revista las dejó solas. Ahí la mayoría de las integrantes se dispersaron. Marta volvió a Perú donde conocería a un “muy, muy conocido y famoso” jugador de fútbol uruguayo. Él era mediocampista en la selección de su país. Él fue el papá de la única hija que tuvo Marta. El tesorito de su vida, por quien abandonaría su vida de artista.
Bebet artesana
“A mi hija le gustaban estas cosas. Cuando era chiquitita, se ponía los zapatos de tacos y el brassier se lo colocaba en la cabeza como gorro”, dice Marta mientras suelta una carcajada evocando esos momentos. Su hija se llama Andrea y ya tiene 34 años. También tiene una nieta, de 19. “Mi nieta, cuando era chica y escuchaba que yo abría el baúl, llegaba corriendo a pedirme que le mostrara las cosas de cuando yo era bebet- se ríe-. Bebet me decía”.
Marta tiene los ojos luminosos, tanto como el brillo de las prendas que acaba de mostrarme. Las que quedan afuera las toma con cuidado, casi acariciándolas para guardarlas en su baúl. Ha llegado la hora de cerrarlo y volver a su local en la feria artesanal de calle Compañía. Aquí, a sus 68 años, debe colaborar con los otros pocos locatarios, para despejar el pasillo y dejar libre el camino para que las personas, que pretende enviar la municipalidad, puedan trabajar tranquilas y ampliar el lugar.
“Siempre me han gustado las cosas manuales y en el campo se da harto eso. Cuando era chica y ayudaba a mi mamá a hacer pan, siempre sacaba un pedacito de masa para darle una forma bonita. Es lindo dar forma a las cosas o hacer collares. Aquí llevo veinticinco años. Siempre me gustaron las artesanías, debe ser porque de chica vi a tías y a mi abuela hacer manualidades. Cuando me iba de gira siempre visitaba las ferias artesanales del lugar. Deben ser las raíces que me tiraron”, señala con rostro radiante mostrando su pequeño local.
Me quedo viendo lo que vende, mientras Marta corre a ayudar a martillar unas tablas en el techo del local contiguo. Se despeina en la faena. Cuando vuelve a despedirse, sus manos están sucias y al tocarlas se sienten ásperas. Queda poco de la, alguna vez, emplumada vedette. Más cuando el baúl se cerró y quedaron dentro los taco aguja y la lencería brillante. Marta agradece la visita. Agradece revivir sus recuerdos de admirada y deseada mujer.
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