jueves, 11 de diciembre de 2008

Músico

jueves, 11 de diciembre de 2008

Fernando Valdivia:

“Nunca olviden que fueron libres”

por José Bustamante


“Yo no canto por cantar ni por tener buena voz canto porque la guitarra tiene sentido y razon,tiene corazon de tierra y alas de palomita, es como el agua bendita santigua glorias y penas,aqui se encajo mi canto como dijera Violeta guitarra trabajadora con olor a primavera”.

Víctor Jara
“Canto Manifiesto”

Un espíritu que aun vaga en los rincones del sur

“Funcionarios y estudiantes, vamos adelante” canta un tumulto de trabajadores del Campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile.
A la cabeza, un funcionario de apariencia joven, delgado, de mediana estatura, ojos rasgados y cabellos ondulados que rozan su espalda, sostiene una enorme pancarta y vocifera junto a sus colegas. Al final del gentío, un estudiante sigue de cerca la manifestación y trata de aproximarse al funcionario. Sin duda el joven ha elegido un mal momento.

En las jornadas siguientes no ocurren situaciones muy distintas .Si la intención es tener al Feña para conversar largas horas, no habrá un momento óptimo. Es la naturaleza de la vida de Fernando Valdivia; una marcha interminable. Una marcha no muy rápida, pero constante, hacia los lugares que le importan y, junto a quienes les interesa. Una marcha rumbo a gritar-o cantar- mensajes al mundo.

Es viernes en la tarde en el Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile y Fernando Valdivia tiene poco tiempo para llegar al ensayo de grabación de su tercer disco.
“Feña ¿tienes cigarros?”, se acerca a preguntar un estudiante. Feña ¿a quién hay que entregarle estos papeles?, se suma otra joven sacudiendo unas hojas. ¡Hola Feña!, saluda un grupo desde lejos.
Ya son más de las 5; la jornada laboral del Feña ha culminado hace varios minutos y esos jóvenes lo tienen claro. El Feña los saluda y le dedica un rato a cada uno para responder a sus inquietudes. Cuando ya todos se han marchado, sonríe y declara “Me encanta la juventud”.

Fernando Rodrigo Valdivia Muñoz tiene 37 años; nació un 25 de Octubre de 1971 en la localidad de Rauco, VII región.
En su niñez jamás tocó un instrumento musical. “Lo único musical que tuve en la infancia fue el sonido del agua en el río y del viento que pasaba por las mazorcas. Siempre estuve muy atento a los sonidos”.
Tal era su atención al medio ambiente que invadía cada espacio de su pueblo rural, que en reiteradas ocasiones los profesores recomendaron derivarlo a especialistas por asegurar que la naturaleza se comunicaba con él.
Hoy, ya lleva más de 3 años trabajando en el acarreo de equipos tecnológicos y en la instalación de los mismos en las salas de clases de la Escuela de Periodismo y de la carrera de Cine de la Universidad de Chile. Trabaja en una de las capitales más contaminadas de América, a más de 180 kilómetros de distancia de su tierra natal y, aun así, el Feña continúa con la mirada atenta a cada arbusto, cada árbol y zona verde, esperando la aparición de algún “gnomo”, “ese pequeño ser vivo del que los humanos se han olvidado”.

Cuando, a los 13 años, el Feña abandona la pequeña comarca que lo cobijó desde su nacimiento, la vida de este músico se transforma en un desafío constante. “Cuando salí a recorrer a los 13 años, nunca más volví a mi casa”, señala Fernando.
De una escuela técnica de Curicó, egresa con el título de Técnico Mecánico e, inmediatamente, consigue un puesto de trabajo en Valparaíso.

Mencionar su estadía en la Quinta Región se transforma, a todas luces, en un tema complejo de tratar. En sus ojos se aprecia el esfuerzo que realiza por despertar fantasmas del pasado. Luego, con seguridad, declara: “En Valpo me rodeé de la gente equivocada. Al darte cuenta de lo solo que estás, empiezas a rellenar espacios con vicios. Ese fue el lugar donde conocí todo tipo de vicios y caí mas bajo que nunca”.
Como un adolescente turbado con el descubrimiento de un mundo nuevo, el Feña se hundió en un universo de alcohol y drogas, durante aquel periodo. Conoció, en los cerros de Valparaíso, amistades que le hicieron olvidarse de sus metas y llegó a sentir que “en mi interior estaba sucio, contaminado”.
En ese contexto es que la empresa lo envía a la capital a realizar un curso de motores en el barrio Bellavista.


Hoy, el Feña vive en Santiago, mas no es santiaguino. Su espíritu pareciera vagar en pueblos, cerros y campos del sur. Estar sentado a su lado se siente, a ratos, como estar junto a un ser difuso. Como estar viendo solo un rostro que, desde Rauco, se hunde en la marea capitalina solo para cumplir algunas obligaciones. “Nunca me gustó Santiago”, asegura convencido. A pesar de eso, desde aquel día en que fue enviado a especializarse al barrio Bellavista, su vida comenzó a sufrir quiebres positivos y aquello no lo desconoce.

Santiago; el amor y la música

Fernando conoce, en Santiago, a su actual mujer. El primer regalo que recibe de ella es una guitarra, una radio pequeña, un casette de Víctor Jara y un cancionero del mismo artista.
“Desde que comencé a salir con ella sentí un amor con una profundidad tan real, conocí a un ser que me exigía tan poco, que en ese momento abrí los ojos y descubrí el tipo de personas que había a mi lado hasta entonces”. Cuando el Feña se da cuenta de su realidad en la Quinta Región, con algo de sustancias alucinógenas en el cuerpo, toma una “decisión demasiado loca”: Fernando llena la tina de la habitación, que arrendaba en el puerto, con hielo que vendía la propietaria de la residencia. A continuación, busca un cuchillo en la cocina y “sin tener nunca la intención de matarme” se hunde en la tina y acerca el cuchillo a su pecho.

“En el estado en que estaba, lo que buscaba era abrirme y votar toda la suciedad que había en mi interior, todo lo negativo que había almacenado. Gracias a Dios reaccioné a tiempo de la tontería que estaba haciendo, salí de la tina y me fui a la pieza. Allí pesqué mi guitarra, puse el casette, observé los acordes del cancionero y, sin nunca antes haber empleado algún instrumento, me puse a tocar Manifiesto de Víctor Jara”.
Cuando comienza a tocar guitarra, el Feña descubre que en esa actividad obtenía la purificación que pretendía lograr en la bañera. “Empecé a darme cuenta de lo que era mi vida, de porqué estoy aquí, cuál es mi meta”.

Sin dudarlo dos veces, Fernando abandona, completamente, su vida en Valparaíso y parte de nuevo a la capital, se reúne con su amor y se dedica a presentar su música en los microbuses.
Es en aquellos medios de transportes, entonando canciones de la nueva Trova, en donde Fernando Valdivia conoce más gente que en toda su anterior travesía. Es en un microbús amarillo de la capital, donde el Feña conoce a un grupo de músicos de la Universidad de Chile, quienes, al carecer de un buen guitarrista, lo invitan a ser parte de su banda “Canto de Siembra”

Junto a su nueva banda componen más de 100 nuevos temas. Realizan más de tres conciertos, en uno de los cuales lograron repletar un recinto con más de 600 personas y vender, aquel mismo día, más de 1000 discos.
Vivir en las cosas simples

El Feña hoy tiene toda la experiencia de una carrera musical profesional, ya que para él los sueños no se toman a la ligera. Es por eso que se encuentra estudiando la carrera de Educación Diferencial. No porque considere que en la vida haya que seguir carreras universitarias, eso es lo primero que aclara: “lo hago solo para darle un buen porvenir a mis hijos. Después de esto estudiaré Música”.

Tiene 38 años y los sueños por realizar parecieran sudarle. Claramente la vida le enseñó demasiado. Talvez por eso su aspecto difuso, no está realmente sentado en un muro del Instituto de la Comunicación e Imagen. “Este es un lugar que amo”, asegura mirando a su alrededor. “Aquí se genera una fuerte relación con los jóvenes y eso me agrada. Me gusta observar a la juventud. He aprendido que el ser humano es libre hasta llegar a esa etapa. Después, todas las ideas y energía es aplastada por el sistema”.

A través de la música el Feña trata de enviar mensajes que, según sus palabras, “no pretendo que sean comprendidos”. Mediante sus letras, Fernando Valdivia busca contagiar lo que lo diferencia de quienes transitan junto a él. El Feña no está inmerso en el sistema y eso se nota. No se deja llevar por las masas, ni por lo que la sociedad indica que debe hacer. “Aprendí a vivir el momento. A vivir en las cosas simples, en las cosas realmente profundas”.

Si existe un mensaje que pueda dejarle a las nuevas generaciones, el Feña no titubea en transmitir: “Nunca olviden que fueron libres. Vuelvan siempre al cosmos, a seguir creando”.

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