jueves, 11 de diciembre de 2008

Formando círculos: Parte I

jueves, 11 de diciembre de 2008


Por Macarena Richmond

Por Facebook, recibí la invitación de una amiga para asistir a una ceremonia sólo para mujeres. La actividad se llevaría a cabo en el jardín Botánico del parque Mapulemu, ubicado en el cerro San Cristóbal. El nombre del evento era Danzándote Circularmente Madre Tierra y prometía “danzas Circulares de la Luna para la mujer, danzas por la paz universal, danza tribal, danza del vientre terapéutica y más”, según se leía en el afiche. No estaba muy convencida, pero la insistencia de mi amiga hizo que aceptara. Este fue el resultado.

Namasté, Namasté
La ceremonia empezaba a las once de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Por actividades de mi amiga, quedamos de juntarnos a las tres de la tarde afuera del Telepizza de Plaza Italia. Mientras la esperaba, miraba el cerro. Quién pensaría que entre el verdor de ese relieve en medio de la ciudad, se encontraba un grupo de mujeres danzando a pleno sol, todas conformando un círculo y vestidas con faldas (uno de los requerimientos para el evento).

Cuando Grace, mi amiga, llegó, emprendimos rumbo hacia el cerro. En el camino, ella aprovechó de contarme animadamente en qué consistían los Círculos de Mujeres, cómo había llegado a conocerlos y lo mística que se encontraba en el último tiempo. A los pies del cerro, tomamos un colectivo que nos llevó hasta el Jardín Botánico. El paisaje era demasiado agradable. Mucha naturaleza, una vista privilegiada de la ciudad y un sol maravilloso lograban que te relajaras y te desconectaras del ajetreo cotidiano.

Caminamos un poco siguiendo unos letreros que indicaban dónde se llevaría a cabo el encuentro. Desde la distancia logramos ver el círculo formado por unas cuarenta mujeres vestidas con faldas y poleras de colores. Con Grace avanzamos y nos unimos al círculo. Debo admitir que me sentía algo nerviosa, no sabía bien de qué se trataba todo esto. Al centro del círculo, se encontraba Roxana Campos, la actriz de TVN, para dirigir la danza que empezaríamos. Eran aproximadamente las cuatro y media y el sol nos llegaba fuerte y directo.

Roxana vestía de modo similar a Carmen, el personaje que representó en la teleserie, Iorana: llevaba un pareo lila a modo de vestido y su cabeza estaba adornada con una corona hecha de hojas. Nos enseñó una coreografía simple junto con la canción que debíamos entonar a nuestra compañera de danza, mirándola a los ojos, con nuestra mano derecha en el corazón de ella y la izquierda en el nuestro.

Así, unidas, debíamos girar, juntas primero y luego solas, dependiendo de la parte de la canción que estuviéramos cantando. Luego, repetíamos la coreografía con otra compañera y así seguíamos. La canción decía lo siguiente:

“Yo honro el lugar que hay en ti, donde todo el universo está. Yo honro el lugar que hay en mí, donde todo el universo está. Namasté, Namasté, Namasté”

Como puede apreciarse, la letra no presenta mayores dificultades. La coreografía fue lo tortuoso, al menos para mí. En primer lugar soy un tanto descoordinada o al parecer con mi compañera no había feeling porque cuando ella giraba para la derecha yo iba hacia la izquierda o cuando debíamos inclinarnos una frente a la otra, nuestras cabezas chocaban. Un desastre. Aparte que eso de mirar todo el rato directamente a los ojos a una desconocida y cantarle que la honro porque en ella está el universo entero y escuchar que ella me canta lo mismo y más encima, me mira con cara de estar frente a una aparición divina, es raro por decir lo menos.

Luego fuimos cambiando constantemente de pareja, la coordinación no mejoró mucho, pero cada vez me sentía algo más relajada. Mi amiga, después de tanto Namasté, estaba en el otro extremo del círculo. Su cara tenía una expresión contemplativa, al parecer era feliz honrando al resto. Yo, no se si estaba feliz, pero la situación me divertía mucho.

Después de unas diez repeticiones, Roxana, nos enseñó otro canto. Esta vez no puedo recordar las palabras exactas porque eran complicadas, algo así como Yalá, Yalá, Mapubutle, con su respectiva coreografía, la que por supuesto no logré hacer correctamente, pero como el caos coreográfico se extendía a todas las presentes en el círculo, no le di importancia.

El calor se sentía cada vez más. Ahora, Roxana, nos invitaba a formar una ronda y repetir palabras que esta vez no retuve. Conforme cantábamos, nos balanceábamos e íbamos acercándonos al centro del círculo tomadas de las manos. Según Roxana, aquello era para sentirse como en el útero materno. Yo lo único que sentí fue un calor que me derretía.
Por fin terminaron las danzas de la Luna, como me dijeron que se llamaban, y para despedir aquél momento, algunas mujeres, supongo que las más asiduas a este tipo de actividades, comenzaron a emitir unos sonidos producidos al poner la mano estirada horizontalmente a pocos centímetros de la boca mientras movían rápidamente sus lenguas al tiempo que emitían un agudo sonido. Todas empezaron a imitarlas, incluso mi amiga. Yo ya tenía bastante con los Namasté cantados y bailados como para comenzar a emitir algo similar a un aullido.

Me retiré del círculo y fui en busca de mi botella de agua. Estaba deshidratada. Llegó mi amiga en las mismas condiciones y nos sentamos en el pasto. Después de pelar un rato, nos fuimos a compartir con el resto. Éramos sólo mujeres conversando en libertad, sin pudor alguno, preocupadas sólo de estar en paz, tranquilas y disfrutar de la naturaleza circundante. Pares de distintas edades, pero en completa sintonía. Desconectadas del voraz ritmo de la ciudad, esa misma que ahora se encuentra a los pies de estas mujeres, pero que no sabe de sus existencias.

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